domingo, 24 de abril de 2011

Mirando a las Estrellas

Al otro lado del Espejo he visto a una estrella que parece brillar con más fuerza que ninguna otra. He visto un cielo eterno, inmenso, lleno de huecos por rellenar, de historias por contar. Al otro lado del Espejo… La he visto a ella.

Äriel casi parece hablarme a mí. Su rostro sigue siendo joven y sus ojos, en cambio, siguen brillando con la serenidad de lo incorrupto por el paso del tiempo. Aún ahora dudo de que ella no haya sido la primera en darse cuenta de mi presencia al otro lado, muy lejos de su mundo, de todos los mundos. ¿Y si lo ha hecho?

Nadie me conoce. Nadie sabe quien soy. Nadie sabe dónde estoy. ¿Y si ella sí?

He visto a Äriel mirar atrás en el tiempo. De sus labios, que algún día debieron tener el sabor de besos derrochados, han empezado a nacer palabras por largo tiempo calladas. Äriel es como yo. Nadie la conoce. Nadie sabe quién es. Nadie sabe dónde está. Yo sí.

Yo he mirado adelante en el tiempo. Con curiosidad he apartado mis muñecos y me he echado hacia delante. ¿Qué tiene de hechizante esa virgen soñada por dioses y mortales? ¿Serán sus ojos, sus palabras? Sea lo que sea también me ha cogido a mí. Sus brazos invisibles me acunan como deberían hacerlo los de la madre que yo nunca conocí. Sus palabras son partes de las melodías que nunca me arrullaron… Ante esa mujer es tan fácil rendirse...

Es la primera vez que he deseado estar al otro lado del Espejo. Cuando mis dedos tocan el cristal casi siento que puedo traspasarlo. Äriel ha seguido con sus palabras dedicadas sólo al firmamento. A todas las estrellas. A mí. A ella misma… A nadie.

Äriel busca sus recuerdos en el cielo y yo me busco a mí misma en sus palabras… Pero, a la vez, ¿cómo podría encontrarme? Su historia es perdición, sus recuerdos son tan infinitos como el universo estrellado al que lo cuenta.

Y entonces ella calla y todo se vuelve sereno con su silencio. Todo contiene la respiración para darle un pulso, un latido de ventaja. En mi Espejo, la Virgen de Hergos vuelve a mirar a sus confidentes, como si sólo ellas pudieran atender a su secreto. Puede que realmente no sepa que yo existo, puede que siga sin ser consciente de que desde lejos la espío y la atiendo con ojos muy abiertos.

Hay una sonrisa. Un brillo indescifrable en unos ojos malvas que contienen incluso más de lo que yo misma sé. Ahora soy consciente. Todo lo que he podido observar tras mi cristal, tan apartada, apenas tiene importancia comparado con lo que reside tras su mirada.

Ahora me doy cuenta… Todo lo que sé, no es nada.

Äriel apenas acaba de empezar a recordar.

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